Jehová es mi pastor; nada me faltará.
SALMOS 23.1
Ser un esclavo de Jesucristo es la bendición más grande imaginable. Él no solo es un bondadoso y amable Señor sino también el Dios del universo. Su carácter es perfecto, su amor es infinito, su poder incomparable, su sabiduría ininvestigable y su bondad va más allá de toda comparación.
En tiempos romanos, la experiencia de alguien como esclavo dependía casi enteramente de la naturaleza de su amo. El esclavo de un amo bueno y benevolente podría esperar que se interesaran por su vida y disfrutar una existencia segura y apacible.
De la misma manera que algunos dueños malvados solían hacerles la vida insoportable a sus esclavos, un amo amable podía hacer la situación agradable e incluso deseable para aquellos en su casa. Tal amo evocaría la lealtad y el amor de sus esclavos, mientras le servían por medio de su devoción y no solo por deber.
Ya que el Señor es nuestro Amo, podemos confiar en que va a cuidar de nosotros en cada situación y estado de la vida. Hasta en las circunstancias más difíciles, proveerá todo lo que necesitamos para que seamos fieles a Él. No debemos estar «afanosos» (Filipenses 4.6) pues sabemos que «a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados» (Romanos 8.28). Es preciso que confiemos en Él completamente, pues es soberano no solo en nuestras vidas, sino sobre todo lo que existe. «Sean vuestras costumbres sin avaricia, contentos con lo que tenéis ahora; porque él dijo: “No te desampararé, ni te dejaré; de manera que podemos decir confiadamente: El Señor es mi ayudador; no temeré lo que me pueda hacer el hombre”» (Hebreos 13.5–6).
¿Cómo ha visto a Dios proporcionarle lo que necesita para servirle?